Una carta insospechada
No tenía a quien escribirle. Por esos días, la costra
de los años ya era perpetua.
Así
que rascándole un poco a los resquicios
de la memoria, uno que otro recuerdo, me
di cuenta que hacía ya veintitrés años de mi partida; que lo único que quedaba
en mis neuronas, era un extraño eco de
tu voz. De aquella voz ardiente y
decidida, que cuando decía te quiero; era eso; te quiero y nada más.
A través de las dudas
Si,
era virgen, lo sé. Era virgen por que en
lo frenético, quise entrar profundo en
su cuerpo de amapola dormida, y palpé su sexo, húmedo y tibio como el rocío de
la madrugada, sentí su himen sempiterno y callado. Miré sus ojos casi tristes,
vi que los cerró para no delatar su infamia, entonces tragó fuerte su espuma y
dejó escapar un suspiro infernal. Casi ya en la madrugada acaricié sus nalgas
de oro incandescente y así como entré en
aquel templo delicado, me alejé despacio y triste.
La espera
Una
mañana cualquiera, el día te envuelve en su monótono ruido de zanates
desbocados, pierdes entonces la palidez que deja la noche cansina. En otras,
cruzas la calle tan decidida y perpetua, incluso aún más, que cuando estás
despierta. Esquiva y pertinaz te alejas
cuando intento describirte debajo de la tenue lluvia de octubre. Es eso, una
imagen inexacta de este cansado espíritu de años de espera
Estima
Nuestra
casa, sufre el letargo perfecto. Desde hace años perdió el color de sus trinos
y no ha vuelto a sonreír, como si le hubieran contado una historia con un
final triste. Sus ojos, ayer risueños y golosos, lucen desencajados, y han perdido la luz y la
música de nuestros días. Últimamente, se asoma por la puerta de sus recuerdos
intentando recobrar los pájaros perdidos. Cuando abro sus puertas y ventanas se
reclina complacida como si fuera amada.
Mi hija
Hay días,
que simplemente, no se me ocurre nada. Veo a mi hija; un duende insospechado,
con juegos milenarios; construyendo mundos nuevos, que luego se hacen viejos, e
inventa otros en su lugar con un poco más de pensamiento. Yo realmente a esta
hora no se que hacer. Creo firmemente y ciegamente, que me gana. Es claro, han
pasado ya casi cinco minutos y ya inventó el universo. Yo a penas he escrito
cinco líneas. Esta criatura, tiene las agallas de un tiburón blanco; las alas
de un halcón y corazón de cenicienta.
Llanto
Su llanto,
cruzó las barreras del día y la noche. Era tan fugaz en una noche tenue y
discreta. La luz avivó sus juegos de niña, y caminaba mimosa y cachorra hasta
que se acercaba, la pertinaz voz. Se lo escuchaba en las mañanas en el té de la
tarde y al entrar la oscura noche. Se extendía por las calles y los vientos y
se acercaba a lo más sublime del amor de una madre. Su llanto, era insistente, incluso, si se
tomaba el chocolate a las tres de la mañana.
La tragedia más querida
Ahora
querida, te siento más cerca. Tan cerca,
que puedo oler tus muertos. Sus
olores colman las calles y los espacios
por donde vagan los incrédulos, sordos y
mudos. Los abogados y los jueces. Huelo la carne podrida de tus muertos
arrancados de tus mamas. Te siento herida como un ave, flechada por el famélico cazador. Sangras. Sangras, purpúrea
y lastimada. Y yo, asumo mi plañir como
buen amante, para luego sumarme a tu masa. Querida mía, madre de los frugales,
que dolor tan obsceno el que cae de la
lumbre éste día.
Martirios
Acércate
un poco. Déjame sentir el efluvio
enmohecido de tu vientre, tu aliento.
Ese, que inhibe mis pasiones más descarnadas. Permíteme idolatrar tu egolatría de mujer frenética e indomable, encender la
vela del candor y buscar refugio en tu
sueño. Tómame entonces como a un gitano perdido en la hiperbórea, cansado de tanto frío en el pensamiento.
Viaje
sin retorno
Tal
vez te recuerde, sentada en tu pequeña silla de álamo. Es cuestión de tiempo para que los sentimientos afloren excesivos
y laxos. No debí extenuar la rutina y
ahora sin embargo, extraño tu
acostumbrada fuerza de ave fugas, en las noches de diciembre. Siempre, sentada
ahí en tu pequeña silla de álamo, viendo
mis ojos de asombro, día tras día y, otra vez ahí. El tiempo en silencio se ha
comido los años que trazaron tu distancia, mi ausencia. Es un viaje largo y sin
retorno en este mundo de fronteras. Yo
sin tus ojos, aun.
Rostro
líquido
Ahora
la lluvia, nos serena la nostalgia. Se
ha quedado quieta, colgada en las paredes de nuestra habitación como un retrato
que intenta contarnos, los buenos ratos. Se ha clavado en la puerta del baño,
colgada en las cortinas de la casa, recordando el fantasma de tu ausencia. En las tardes decide volver a las callejuelas
de este pueblo que extraña tu perfume carthier. Cabalga intemporal y distraída
rascando sus cabellos de agua. Se sienta en la rutina de nuestra plaza con los
mismos transeúntes movidos por aquel viento de nuestros días. Simula jugar con
niños de barro, que deshace
mientras baila con ellos. Cansada y triste vuelve a nuestra casa
intentando recobrarte. Creo que te extraña mucho más que yo.
Olvido
Mírame.
Los años me han estrujado los huesos. Los mismos con que solía cargar con tu
sonrisa de abril. Mi cuerpo, tomo el rumbo de un tren que no volvió jamás. Mis
ojos han perdido algo de tu lucidez, ya no son los mismos. Mi pensamiento hace
tiempo que no cuenta los días de ausencia. El único que siguió empecinado en
sus quehaceres es el corazón que testarudo, se empeña en vivir como un
ruiseñor.
Estertores
Te
soñé. Charlabas con el recuerdo de mis locuras. Era una de esas mañanas de
domingo, en el corredor de tu casa,
cuando los años te formaron la condición
más perfecta de la senectud. Así
nos ha dejado el tiempo. Un pedazo de tierra cansada y sin frutos que recoger.
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